22 de noviembre de 2010

Borrador de "El Mar"




Cuando me siento demasiado inserta en este mundo, sólo cierro los ojos, abandono al resto y tomo una bolsa y unas birras. Las personas drogadas vemos y sentimos con una mente más iluminada, porque la inconsciencia es producto de la naturaleza con la que tú naces, que es la que mis drogas intentan corromper para abrir los ojos mucho más de lo que los párpados permiten... Oigo más agudo y veo más nítido, porque estoy abierta y vuelo alto, y no me interesan las horas para vivir la vida., ni mi corazón para no parar de correr. Dicen que no cuido mi salud, pero sólo yo soy feliz conmigo misma, y cuando un recuerdo me molesta, lo borro.
El océano en toda su amplitud me ha mostrado todos los estados de la materia, y cómo recibir las mejores virtudes del universo de forma directa. El hecho es que la lluvia me ha dado más, con una dosis de metanfetamina, que un hombre un orgasmo, porque la droga abre mi mente de manera permanente y borra exactamente lo que más odio del universo. Puedo ver que te has ido, pero puedo hacer que no me duela... y puedo transformar estos cuarenta días de tristeza en una temporada de intensidad emocional, de la cual he aprendido tanto. Puedo seguir escribiendo sin pudor, transformando hasta la peor anécdota en una enorme dotación de bienaventuranzas... porque me he hecho más grande que tu puto Dios.


Quiero aclarar que al escribir esto no me estoy drogando, sólo me encarno en un personaje.

10 de noviembre de 2010

Leyna y Rebecca

Este texto me ha valido un reconocimiento por la Fundación Anna Frank de Argentina, como finalista de una competencia literaria en 2009.


Esto dijo mi hermana Rebecca a nuestra madre, cuando aún podía hablar, y su corazón aún latía de tanto en tanto:

Por favor compréndeme, si mis labios se encaprichan en endurecerse, o de a momentos
tiendo a temblar, porque el dolor de mi corazón ha enmudecido mi vida entera, y mis
muchas noches enlutadas momificaron aún mis sentimientos. El dolor es un sentimiento ambiguo, cuando pienso en lo intenso de su origen. Me he enamorado. Simplemente me he enamorado, y su belleza sobrepasó aún los límites de lo permitido a los seres humanos, y no hablo solo de belleza física, sino de hermosura espiritual.
Lo que me impulsa a contarte esto es intentar darte una explicación que logre hacerte entender los porqués de mi “desaparición”, pues bien te has dado cuenta que aunque entuve presente estos cuatro años físicamente, he cambiado; decidí volverme autista al mundo, pues he perdido el sentido de morir o vivir. Quiero contarle a alguno de una vez toda mi verdad... y sé que tú me amas lo suficiente para entenderme.
Exactamente en el mismo año en que estaba terminando el colegio, tuve el privilegio de encontrar a la amiga perfecta, a la compañera con la cual podía contar para lo que fuera. Fue incluida a nuestro curso desde principio de año, y desde el primer día nos hicimos de una buena compañía. Con Leyna se podía hablar de cualquier cosa, y sentir su comprensión tan solo cuando me disponía a contarle algo. Según su madre pasábamos demasiado tiempo juntas, quien además discernió que su baja de notas se debía a estar todo el día juntas, así que un día nos llegó el castigo y limitó mis visitas y sus salidas a solo un día en la semana. Si no hubiese sido porque nos veíamos en las clases, mi desesperación hubiese sido tal, que me hubiese muerto de la depresión.
A veces se nos pasaba la idea de que éramos hermanas separadas. Siempre maldije mi soledad, hasta que la conocí. Los sábados eran aquellos días de los que marcan tu juventud, porque nos veíamos todo el día y dormía en su casa, o ella en la mía, y en más de una oportunidad nos desvelábamos hablando de cualquier cosa...
Me comencé a dar cuenta que verla con menos frecuencia me hacía extrañarla más, y durante las tardes del resto de la semana solo meditaba, y pensaba... cuan grande era mi amor por ella, y que cada día comenzaba a notarla más perfecta. Solo quería abrazarla, y que llegara el sábado para poder estar íntimamente, porque ser oída por mi mejor amiga era lo único que me alejaba de la putrefacción de un mundo que no prometía mucho -mamá, bien sabrás, que ser testigo de los abusos y maltratos de papá hacia ti en aquel entonces, no me mostraban un mundo muy alentador- y solo quería escapar con mi angelito. Mi mente podía jugarme una jugarreta, pero en aquel entonces no quería reconocer precisamente lo que sentía y tuve miedo. Un jueves necesité verla, y escapé. Me acerqué a la ventana, golpeé y me divisó a través del traslúcido ventanal. Eran las doce y media de la noche y ambas, para sorpresa, estábamos llorando. Nos abrazamos, y sentí lo grato que estaba su corazón de tenerme en su compañía y cuando menos me di cuenta avancé hacia el mayor de los placeres que cualquier mujer espera en su vida. La besé, mejor dicho, nos besamos...
Me enamoré, madre. Me enamoré loca y desenfrenadamente, y nada me hacía más feliz que estar con ella. Era solo cuestión de verla, o de que nos encontráramos en el colegio... verla sonreír, verla caminar, ¡oh! Cuando me abrazaba y me susurraba que quería besarme. Nos burlábamos del mundo entero y de sus órdenes. Sabíamos que nuestro amor siempre fue benigno, y que el único motivo de nuestra felicidad era tenernos la una a la otra. ¡Nada podía ser más perfecto!
Al mismo tiempo había rumores de guerra. Ya lo sabíamos hacía tiempo pero aquellas voces en la radio un día se les hicieron más pesadas a su familia, ya que eran judíos y aquello comenzaba a ser un tema de gran preocupación.
A Leyna le dolía mucho el futuro, pero yo no podía permitir que sufriera en lo más mínimo. En los momentos de mayor tensión intentaba tranquilizarla porque realmente tenía miedo. Yo también, pero no me hacía notar. Planeamos fugas, pero el peligro era inminente de cualquier manera. Hubo momentos en los cuales ya no sabía como consolar su corazón... ni el mío. Me sumergí durante muchas noches en una terrible congoja, hasta que nos llegó una noticia de lo más esperanzadora. Su padre hizo buenos contactos en la clandestinidad y consiguieron identificaciones falsas, para ello tubo que pagar una buena suma, ¡pero eso que importaba! Yo hubiese vendido todo lo que tengo para salvar a mi ángel, mi precioso serafín... la única que dio un respiro a mi arduo trabajo de hallarle un sentido a la vida.
Nuestros corazones atribulados se desocuparon un poco, y ya sacábamos una sonrisa de nuestros labios con más frecuencia, pues si bien su vida ya parecía asegurada, su comunidad habría de tener grandes perdidas, y lamentábamos que horrendos cambios se avecinaban. Para cuando llegaron las vacaciones de otoño su familia se había mudado, pero para mi consuelo, solo fue a tres kilómetros.
Hacía tiempo ya que me había ganado la confianza y el afecto de su madre, quien no estaba enterada en absoluto de la situación, al igual que nadie hasta hoy, así que nuestras visitas en vacaciones se tornaron diarias. Para la señora Kallas yo era una chica muy inteligente y agradable; a mí también me caía fenomenal, al igual que el señor, y mi presencia en la casa era de su agrado, a pesar de ser yo de familia cristiana. Su aceptación me hacía sentir muy bien.
Culminadas las vacaciones, comencé las clases sin mi amor, por razones obvias, pero cuando salía del colegio, emprendía viaje casi todos los días a visitarla, ya que ella evitaba salir a menudo.
Llegó el invierno y la situación se tornaba cada vez más crítica. La gente caminaba por las calles atemorizada. Y mientras pasaban los días, sentía que todo estaba cada vez más vacío...
...y fue un 27 de diciembre. Habíamos planificado permanecer en un bellísimo claro de un bosque cercano a donde vivía y permanecer en él hasta el amanecer. Mientras me encaminaba pedaleando pensaba en cuan necesitada estaba de sus besos y sus constantes arrumacos y que cuando culminara la guerra viajaríamos por todo el mundo juntas, alejadas de todos aquellos que pudieran ocasionaron molestias y hacer de nuestra vida el sueño que no nos había sido más que una utopía desde siempre. Pero te puedo jurar que por algún motivo, cuando solo estaba a tres manzanas, mi cuerpo entero se rigidizó y sinceramente tuve mucho miedo. Cuando llegué a su pórtico note un silencio estremecedor y luego de tocar por décima vez, me caí de rodillas. Mi mente se bloqueó por un instante, y mis mejillas se bañaron en llanto. Tomé coraje de algún exótico lugar en mi corazón y me asomé por una ventana, y vi las tristes condiciones de la casa. Estaba vacía... No sé cómo pasó, cómo los descubrieron...
Lo peor fue que en algún momento tuvimos ambas la plena confianza en nuestros planes y fuimos felices pensando que el mundo era un lugar habitable para quienes aman y pueden sentar las bases de su felicidad en el amor, en cualquiera de todas sus formas.
¡Madre, estoy muriendo, sedienta, hambrienta y enferma! Te lo juro... mas puedo sentir la ambivalencia de morir como un ser vacío, rodeado de carroña, con su rostro en mi mente, matándome dulcemente y recordándome que alguna vez tuvimos la gracia de conocernos y poseernos.


Mi hermana no pronunció nunca más palabra alguna hasta que su alma se entregó al desfallecimiento. Quienes conocemos la historia de Rebecca, consideramos que, al igual que su amada Leyna, es otra víctima del holocausto, muriendo esclavizada a un amor que significó el sacrificio de todos su sentimientos, pensamientos, emociones y al fin... su vida entera.